
La huella de tu aliento
será mi aliento.
(Jesús Munárriz)
Sentir, en algún momento, que tus padres están orgullosos de ti es de lo mejor que tiene la vida. Al menos para mí.
Mi padre también era especial para esto. Cualquier buena noticia era acogida con un
"¡hombre!" lleno de satisfacción, pero con una sonrisa anchísima y tierna que, a la vez, te mostraba su satisfacción por lo logrado y su convencimiento de que lo lograrías. Esa sonrisa era más cálida que cualquier abrazo.
Sé que muchos familiares, amigos y compañeros suyos han vivido la misma experiencia. En lenguaje psico-pedagógico diríamos que mi padre tenía mucha
empatía.
Mi trabajo como profesor universitario me ha deparado, en este sentido, una gran ventaja con respecto a mis hermanos. Sí, la carrera profesional universitaria es muy larga y llena de incertidumbres, pero tiene muchos de estos momentitos dignos de orgullo: tesina, tesis, oposiciones... Orgullo y satisfacción cuando leí la tesis y, en el bar de la facultad, invitó a mis amigos y compañeros con su cálida sonrisa. Orgullo y satisfacción cuando aprobé la oposición, después de estar toda la mañana de un sábado pegado al teléfono, esperando la llamada que le confirmara lo que él ya sabía (y yo no), y en la cena posterior con mis hermanos. Orgullo y satisfacción... parece el discurso del rey en nochebuena.
Por eso este año, cuando he disfrutado de un nuevo éxito universitario-laboral, en mi toma de posesión como Titular de Universidad, le eché tanto de menos. Afortunadamente, gracias a su generosidad, guardaba en mi memoria tantas cálidas sonrisas suyas que pude hacerme una hoguerita en el corazón para vivir en la fría ausencia.
Dedicado a Miguel Ángel Olalla Mercadé,
raíz de mi ser, en el día de su cumpleaños.