23 de marzo de 2009

Obama y Jesucristo

Hace muy pocas semanas, la prensa norteamericana publicó que las encuestas le daban a Obama más popularidad, entre los norteamericanos, que al mismísimo Jesucristo.

Vaya por delante que me importa bastante poco quién sea más popular o menos para los norteamericanos (reconozco que me importa mucho más a quién voten), pero, entre Vds y yo, no me lo creo. Y repito: no porque me guste o disguste dicha opinión sino porque estoy completamente seguro de que es falsa. Me explico.

EEUU (más cuanto más al Sur y en la América profunda, menos cuanto más al Norte y en las grandes ciudades –especialmente New York-) es profundamente “cristiano” (me refiero, no a evangélico sino a “católico sociológico”). No entro en este artículo a desarrollar esto a fondo, porque no es de lo que quería hablar, sino de esto otro:

Cuando estudiamos Ciencias Políticas, podemos comprobar en cualquier manual básico sobre “formación, desarrollo y mantenimiento de las estructuras de poder”, que, cuando cualquier sistema de poder (fundamentalmente político y económico) tiene que enfrentarse a la resistencia militante de ciertas personas o grupos base que puedan ser incómodos, suele usar dos estrategias básicas: la coacción y la coapción.

La primera ya sabemos todos en qué consiste: persecuciones, secuestros, torturas, asesinatos, desapariciones, etc, etc (repasemos los manuales de historia contemporánea en Latinoamérica: Chile, Argentina, Colombia, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, etc, etc; y recordemos La Escuela de las Américas, Guantánamo, etc, etc. Saben a qué me refiero, ¿verdad?). Por cierto, es muy interesante, a este respecto, estudiar los documentos de la comisión de investigación por los derechos humanos de la ONU, al respecto de la muerte de Oscar Romero y de los seis jesuitas asesinados en la UCA de San Salvador (si pueden investigarlo, no se lo pierdan: ahí verán muy claramente qué significa eso de la “coacción”). También hay personas en esta asociación de Enfoca que podrían explicarnos perfectamente cómo funciona eso de la coacción en Colombia, por ejemplo (y, desde aquí, les animo a que nos “deleiten” con esa información).

¿Y en qué consiste la segunda estrategia, la de la “coapción”? Pues sencillamente en lo siguiente: cuando el sistema ve que no puede “por las malas” con la “resistencia enemiga” (pues, a veces, parece inmune al miedo: recordemos a Oscar Romero, Luther King, Gandhi, etc, que ni las muerte los detenía), trata directamente de comprarla: sugerentes ofertas económicas o de poder, altos cargos directivos en grandes empresas o corporaciones, popularidad (prensa a tu favor, etc)… Es decir, trata de integrarla, de asimilarla (¿recuerdan aquello de “si no puedes con tu enemigo, únete a él”?).

Probablemente Obama no sea el militante revolucionario que muchos esperaríamos (quizá no llegue a un Luther King, por ejemplo), aunque aún hay que darle tiempo. Pero entre lo que ha dicho ya y lo que ha empezado a hacer en cuatro días que lleva en la Casa Blanca, da suficientes motivos de esperanza a algunos (y de preocupación a otros: los que son el verdadero poder en la sombra –léanse, a este respecto, materiales y libros sobre la Comisión Trilateral o sobre el Club Bilderberg, por ejemplo).

Si alguien responde que “Obama es el poder”, le repito lo que he dicho en el último paréntesis, y le recuerdo que, entonces, también John Fitzgerald Kennedy era el poder, ¿no? No, señores: Obama tiene poder, pero no es el poder (el verdadero poder está detrás de los que, por ejemplo, asesinaron a JFK). Y ahora, ¿qué hacemos con el negrito éste que parece que va a poner más de cuatro cosas boca abajo? Matarlo es complicado (aunque podríamos disfrazarlo de “atentado de grupos racistas y neonazis”, pero no es fácil: la gente está ya muy escamada con lo de los Kennedy). Y no estamos muy seguros de que América estuviese dispuesta a tolerar otro presidente muerto, y menos, alguien que ha sido tan esperado y deseado. Pero, es que cada paso que da le atrae más fervor y apoyo popular (y si se quejan algunos, son los grandes capitalistas). ¿Qué hacemos? Y, sobre todo, ¿cómo lo hacemos?

La coacción no podemos usarla aquí (y aunque pudiéramos, el negrito éste parece “tenerlos muy bien puestos” y no parece que vaya a venirse abajo tan fácilmente).

No nos queda más salida que la coapción: pero, ¿qué le vamos a ofrecer a todo un presidente de los EEUU de América? ¡Vaya tela!

Ah, se nos ocurre una cosa: ¿y si lo ensalzamos tanto, tantísimo, que o bien sucumba al halago y se relaje, o bien se sienta con tantísima presión que él mismo de desmorone solito, desde dentro? ¿Por ejemplo, haciéndole sentir que es el nuevo redentor de América y la Humanidad?

Ya está, probemos: hagámosle creer que ya es más popular que el mismísimo Jesucristo. Hagámosle creer que la gente ya espera más de él que del mismo Dios. Negrito guaperas: ahí la llevas.

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