2 de marzo de 2009

Educación y Derechos Humanos

Juan Antonio Carrillo Salcedo
Discurso en su nombramiento como Hijo Predilecto de Andalucía

El pasado 28 de febrero, día de Andalucía, fue reconocido como hijo predilecto de Andalucía el profesor, el catedrático de Derecho Internacional Juan Antonio Carrillo Salcedo. De su brillantísimo currículum destacamos su enorme preocupación por los derechos humanos, fue juez del Tribunal Europeo de Derechos Humanos entre 1986 y 1990, y por la educación. Sobre la educación habló en su discurso de agradecimiento el pasado sábado. Ponemos aquí un extracto:

En el confuso y convulso mundo que nos ha tocado vivir, creo que la educación debe aspirar a que esa realización se vertebre en torno a tres ideas-eje: la responsabilidad, la igualdad, y la solidaridad.

La responsabilidad, porque la educación ha de poner de manifiesto los límites de los derechos. Únicamente unos pocos son derechos absolutos, que no admiten limitación ni derogación alguna ni siquiera en tiempo de conflicto armado o en situaciones de emergencia: así, el derecho a no ser privado arbitrariamente de la vida; el derecho a no ser sometido a tortura ni a tratamiento inhumano o degradante; el derecho a no ser sometido a esclavitud o servidumbre; el derecho a que un juez independiente e imparcial decida, en un juicio justo, de toda acusación penal; el derecho a la no retroactividad de la ley penal.

El ejercicio de todos los demás puede ser objeto de limitaciones previstas en la ley, proporcionadas y necesarias en una sociedad democrática. La educación debe servir de medio para que, como ciudadanos, tengamos conciencia de esos límites, de que no todo vale, y podamos así recuperar palabras como pudor, decoro, decencia, honestidad, que pueden parecer conservadoras pero que hoy, en nuestra sociedad, acaso sea portadoras de una poderosa carga revolucionaria.

La igualdad, porque debemos educar en el rechazo de toda discriminación, es decir, como el Obispo Don Pedro Casaldáliga ha recordado en su Circular del pasado 20 de febrero, en un esfuerzo por “instalar la libertad en la igualdad”.

La globalización ha aumentado el foso entre la riqueza y la pobreza, en una situación injusta que la crisis financiera, económica y social de alcance global ha agudizado en perjuicio de los pobres, a escala mundial y en el interior de nuestras sociedades en las que, como ocurre en España y en toda la Unión Europea, el modelo de economía social de mercado está seriamente amenazado y se pone incluso en cuestión por los fundamentalistas del mercado.

La dignidad de los débiles, de los marginados y de los excluidos está pisoteada. Peor aún, estamos insensiblemente instalados en una especie de “cultura de desigualdad”, a la que con tanto acierto se refirió hace tan solo unos días, aquí en Sevilla, la Señora Shirin Ebadi, Premio Nobel de la Paz por su defensa de los derechos humanos en su país, Irán, al denunciar las causas profundas de la marginación de la mujer en el mundo contemporáneo, y no solo en el islámico.

La educación en la solidaridad, es decir, en las exigencias del interés general, es la dimensión en la que educación nos muestra con mayor claridad su carácter de instrumento para la subversión del desorden establecido.

Su base y fundamento está en las siguientes palabras de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “toda persona tiene deberes respecto de la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”.

Los deberes de cada ciudadano hacia la comunidad deben ser entendidos como un ingrediente imprescindible en la búsqueda de un concepto más amplio de la libertad, esto es, en la búsqueda de un mundo en el que todos los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, puedan disfrutar de la dignidad inherente a cada persona.

Pero cada uno de nosotros podría preguntarse: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano? Sí, sin duda, porque la obligación de respetar y promover los derechos humanos no incumbe exclusivamente a los poderes públicos, porque es una tarea que nos corresponde a todos si de verdad queremos ser ciudadanos y no meramente súbditos.

Como dijera la Señora Eleanor Roosevelt al comentar el significado de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en cuya redacción tuvo un papel tan relevante, creo que los derechos humanos residen “en pequeños lugares cercanos al hogar, tan cercanos y tan pequeños que no se les ve en mapa alguno del mundo. Y, sin embargo, son el mundo de cada ser humano: la vecindad en la que vive; la escuela o el centro de estudio al que asiste; la fábrica, la granja o la oficina en que trabaja. Tales son los lugares donde cada hombre, cada mujer, cada niño busca igual justicia, igual oportunidad, igual dignidad sin discriminación.Si los derechos humanos no tienen sentido en estos lugares, no lo tendrán en ningún sitio”.

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