4 de marzo de 2009

El aborto: por un consenso ético-científico.

Benjamín Forcano

Llevamos años con la disputa del aborto, marcada por una tendencia a favor y otra en contra: conservadores y progresistas.Y, en la lid, con postura contundentemente conservadora, la Iglesia católica. De esta manera, ciudadanos e instituciones agitan la bandera de una causa que a nadie deja indiferente.

Este es un caso concreto de cómo el comportamiento de los ciudadanos, cuando se refiere a aspectos importantes de la vida, queda supeditado a la legislación del Estado, el cual, como procurador del Bien Común, trabaja por evitar toda suerte de arbitrariedad , subjetivismo o dogmatismo. Y, para llegar a tal efecto, es bueno que surja el debate y se expliciten las posturas con sus diversos argumentos. La democracia real se ejercita en el cotidiano compromiso por la verdad, pudiendo exponer, argumentar y contrastar. La verdad no la posee nadie en exclusiva, sino que ella como sinónimo de realidad "nos puede y se nos impone a todos". La cuestión está en que, cuando de realidad se trata, nos acercamos a ella más para cubrirla con el manto de nuestra ideología que para verla en su propia realidad.

¿Cuál es, pues, la verdad real del aborto?

Muchos estamos convencidos de que, en este punto, puede haber un acuerdo racional, científico y ético político, porque la base de que disponemos para entrar en esa "realidad" es común a todos. Se trata de un problema humano, del que no se ocupa la Biblia y al que hoy podemos acercamos por la puerta de la ciencia, de la filosofía y de la ética.

Todos apostamos por la vida, ¿pero cuándo esa vida comienza a ser un individuo?

“Todo individuo tiene derecho a la vida”, proclama la Declaración universal de los Derechos Humanos (Art. 3). Y todo individuo tiene el deber de respetar ese derecho. Y, sobre este derecho-deber, reposa la posibilidad, el hecho y el futuro de la convivencia humana.

Sin embargo, no goza al parecer de esta evidencia lo que constituye el proceso embrionario del prenacido: ¿se puede afirmar con seguridad que ese proceso es desde el inicio un individuo humano?. Nos movemos sobre una duda, que nadie puede atreverse a despejar a priori diciendo que el embrión es individuo o no lo es; el embrión anuncia la presencia de algo que desborda el contorno y naturaleza de la vida misma de la madre. La cuestión se plantea simple y agudamente porque si no se paraliza el proceso, éste acabaría con un hijo que no se pensó o no se desea y puede representar ciertos inconvenientes o complicaciones. Es entonces cuando, frente a ese límite, surge la pregunta: ¿puede la mujer impedir el proceso del embrión por determinados motivos o dentro de un plazo determinado?

Es cierto que los motivos para impedirlo no van a convencer si se supone que el embrión es un individuo, y la solución de los plazos tampoco si se lo da como existente desde el principio.
Resulta, por tanto, crucial averiguar si el proceso del embrión, variante en su desarrollo, admite establecer dentro de él un antes en que no es individuo y un después en que lo es.

El estatuto epistemológico del embrión

Se trata simplemente de saber cuándo, en el desarrollo evolutivo del embrión, hay una vida humana.

La puerta que nos lleva a descubrir ese cuándo está abierta para todos, también para los que se profesan creyentes. La fe, del tipo que sea, no sirve aquí para resolver el problema del aborto. "No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia el resolver el problema del momento preciso después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra" (Bernhard Haring, autor de la famosa "La ley de Cristo", célebre y acaso el más reconocido moralista en la Iglesia católica).

No vale salir aquí diciendo que los católicos tenemos una ética distinta que nos diferencia de la ética común. La Iglesia católica ha defendido siempre -y es de loar - la vida del prenacido. Pero, antes de llegar a las valoraciones, hay que señalar el contorno preciso de esa realidad. El concilio Vaticano II tuvo, respecto a este tema, unas palabras acertadas: "La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado" (GS, 51). Texto fundamental para los católicos, pues fue puesto con toda deliberación para dejar bien claro que sobre el "cuándo" se da la concepción de una vida humana, la Iglesia no tiene palabra o respuesta propia, por ser algo que pertenece a las ciencias humanas.

Por supuesto, también los católicos pueden pronunciarse sobre el tema, pero con los métodos propios de las ciencias humanas. El Nuevo Testamento no aborda este tema y sobre él la Iglesia no tiene autoridad para resolverla como si de una verdad de fe se tratara.

El concilio, al tratar el tema de la Cultura, reconoció la autonomía e inviolabilidad del saber humano, dejando superada la posición anterior de sostener que la Iglesia católica tiene autoridad para interpretar como nadie las verdades incluso de la ética natural.

La lección histórica debiera servir para distinguir entre lo que es la fe y lo que son los conceptos o representaciones que la misma Iglesia utiliza como vehículo para su conocimiento y explicación. Una cosa es la explicación cultural del momento y otra la verdad de la realidad, nunca formulada definitivamente. Nadie hoy queda perturbado en su fe porque la tierra gire alrededor del sol (cosa que al científico Galileo no se le permitía afirmar en nombre de la fe), ni porque no acepte la visión de una cosmología antigua, o acepte la teoría de la evolución de las especies o niegue la interpretación literal de la Biblia hasta aceptar el método histórico-crítico o no haga profesión del juramento antimodernista tal como lo impuso en 1910 Pío X a todo profesor de seminario. La verdad la vamos desvelando a través de los nuevos conocimientos que van surgiendo en la historia. El saber humano es evolutivo y no está en exclusiva en manos de la Iglesia católica.

Entonces, queda resuelta una primera dificultad: los católicos, al tratar del aborto, deben asumir como parte del anuncio evangélico las verdades científicamente avaladas, aun cuando luego puedan incrementar o reforzar la estima de la vida desde otras perspectivas o motivaciones. La ciencia y la fe están "una y otra al servicio de la única verdad", "vuestros senderos son los nuestros" (Mensaje del concilio a los hombres del pensamiento y de la ciencia). Cuando no hay convergencia en ese servicio es porque la ciencia es falsa o es falsa la fe. Los católicos han defendido -y siguen haciéndolo- con especial énfasis el derecho a la vida del prenacido, pero el énfasis se ha convertido en exceso al haberlo hecho "desde el primer instante de la fecundación ", lo cual no deja de ser una teoría discutida y discutible, no un dogma.

De hecho, siempre existieron en la tradición cristiana teorías diferentes (teoría de la animación sucesiva defendida por Sto. Tomás y teoría de la animación simultánea, defendida por San Alberto Magno) sobre el momento de constitución de la vida humana. Pero, la teología postridentina a la hora de resolver los problemas de la moral práctica ha partido siempre de la animación inmediata.

¿Cuál es, pues, el estatuto epistemológico del aborto?

Podríamos resumir las posiciones respecto a esta cuestión en dos: las teorías antiguas y las más clásicas que afirman que el embrión es vida humana desde el principio, por la simple fusión de los gametos, y las teorías más modernas que afirman que el embrión no es propiamente individuo humano hasta después de algunas semanas.

1. Las primeras se apoyan en el hecho de que un embrión lo es por la clave genética de sus 46 cromosomas, específica y originaria del individuo humano, que contendría y caracterizaría toda su posterior evolución. El desarrollo del embrión sería un proceso continuo, sin rupturas, pues estaría en él desde el comienzo toda la potencialidad de su desarrollo. El inicio, desarrollo y destino del embrión serían sus genes.

2. Las teorías modernas reconocen como factor determinante del embrión los genes, pero no bastarían ellos para constituir un individuo humano, es decir, una estructura clausurada, suficiente, que se convertiría en realidad sustantiva. Los genes por sí solos no son suficientes ni acaban constituyendo un individuo humano, se necesitan otros factores extragenéticos -las hormonas maternales, los externamente operativos- para que la realidad del embrión pueda activarse y completarse. Sólo en torno a las ocho semanas esa realidad pasa a ser sujeto humano, con una sustantividad propia, capaz de regir y asegurar todo el desarrollo posterior.

Esta teoría se opone a las que podríamos llamar preformacionistas, precisamente porque deja a un lado una visión más bien mecanicista u organicista de la biología. Y es que, como escribe el catedrático Diego Gracia: "En biología aún no se ha producido la revolución de pensamiento que se produjo a propósito de la física". Para esta teoría, los enfoques reduccionistas de la genética o de la embriología han quedado hoy superados por el enfoque de la biología molecular, la cual integra uno y otro para determinar el momento constitutivo de la individuación humana.

Desde este nuevo enfoque se habla más bien de una nueva sustantividad humana al modo de una estructura clausurada, integrada por el genoma y otras estructuras celulares. El genoma se considera un sistema abierto que, para ser operativo, necesita ser activado por otros factores:

"La mentalidad clásica , que sobrevalora el genoma como esencia del ser vivo, de tal manera que todo lo demás sería mero despliegue de las virtualidades allí contenidas, es la responsable de que la investigación biológica se haya concentrado de modo casi obsesivo en la genética, y haya postergado de modo característico el estudio del desarrollo, es decir, la embriología. Este estado de cosas no ha venido a resolverlo más que la biología molecular. La biología molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido comprender que el desarrollo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes”. (Diego Gracia, Etica de los confines de la vida, III, p.106).

El aserto clásico de que "todo está en los genes" es verdad sólo en parte y se hizo en detrimento de los factores morfológicos y espaciales, tan importantes en el desarrollo del embrión. Sin estos factores, los genes quedarían sin efecto. Los genes tienen capacidad para formar determinados órganos pero no si no hay inducción, lo cual viene a demostrar que el embrión actúa como un gran campo de fuerzas, en el que cada parte es un momento que está codeterminado por otros y a la vez los codetermina.

Se entiende pues que, desde este enfoque, el embrión no se halle constituido desde el primer momento como realidad sustantiva. “No es fácil decir cuándo aparece la sustantividad humana, pero probablemente no antes de que el sistema neuro-endocrino inicie sus funciones de formalización. Esto tiene que producirse en algún momento de la organogénesis llamada secundaria, no antes” (Diego Gracia, Etica y vida, III, p. 116). “Pero con eso, no quiero decir más que una cosa: que no parece posible que el momento constitucional sea “anterior” a las ocho semanas. Mi tesis es que es mucho posterior y que, en cualquier caso, el momento es “difícil de precisar”.

El Dr. Gracia hace referencia sobre este punto a su amigo el filósofo Zubiri: “Hay que decir que para el último Zubiri la suficiencia constitucional se adquiere en un momento del desarrollo embrionario, que bien puede situarse, de acuerdo con los últimos datos de la literatura, en torno a las ocho semanas (Idem, pp.131-2). Y añade también: “Trabajos como los de Grobstein, Byrne y Alonso Bedate (y con ellos otros muchos) hacen pensar que el cuándo (de la constitución individual) debe acontecer en tomo a la octava semana del desarrollo, es decir, en el tránsito entre la fase embrionaria y la fetal. En cuyo caso habría que decir que el embrión no tiene en el rigor de los términos el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene. Entonces sí tendríamos un individuo humano estricto, y a partir de ese momento las acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes” (Diego Gracia, Ibidem, pp. 130-131). ).

El Dr. Gracia añade: “No parece posible evitar la conclusión de que esa nota estructural aparece tarde. El momento preciso no lo sabemos y quizás no lo sabremos nunca. No está dicho en ningún lado que la razón humana pueda resolver todas las cuestiones, y en concreto ésta” (Ibidem, p. 169).

Una más que probable conclusión se sigue de estas consideraciones: los genes no son una miniatura de persona. La biología molecular deja claro que, para el desarrollo y la ética del embrión, la información extragenética es tan importante como la información genética, que ella es también constitutiva de la sustantividad humana y que la constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización (organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la octava semana.

Quiere esto decir que, si la individualidad es nota irrenunciable de la sustantividad, el embrión antes de su constitución como sustantividad, pasa por una organización constituyente, pero no tiene sustantividad propia sino que es parte de la sustantividad de la madre y, por lo tanto, no es sujeto humano.

Queda claro de esta manera que quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser considerada como atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden no pocos científicos de primer orden ( Grobstein, Alonso Bedate , J.M. Genis-Gálvez, etc).

Esta hipótesis, suficientemente demostrada permite, a quien se apoya en ella, defender como no atentatorias contra la vida y como respetuosas de la vida aquellas acciones que se producen en el proceso constituyente del embrión antes de constituirse en feto, es decir, en estructura clausurada.

La teoría expuesta modifica notablemente muchos puntos de vista y establece un punto de partida común para entendemos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar el momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con un mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos.

Benjamín Forcano es Sacerdote y teólogo

2 comentarios:

Arché dijo...

No estoy de acuerdo en que el planteamiento que expone sea un punto de partida. Sí creo que lo puede ser por cuanto se reconoce cuál es el punto central del problema del aborto. Diría que muchos admiten que se trata en primer lugar de un problema de conocimiento respecto al origen de un ser humano individual. No obstante, me temo que para muchos este no es el problema central.
Lo que no creo que sea un punto de partida de consenso son los argumentos por los que se sitúa ese posible origen del individuo humano en torno a las ocho semanas de gestación como mínimo. En mi opinión son argumentos muy cuestionables y cuestionados. El planteamiento que se propone, más que un punto de partida común supone, a mi entender, el lugar donde las distintas posiciones se separan. Vamos, que queda mucho que discutir. Tan sólo plantearé algunos puntos que pueden cuestionarse:
1.El progreso en el conocimiento del desarrollo que va desde el determinismo genético a un paradigma sistémico, supone todo un desafío a la idea de que el embrión no está suficientemente constituido. Ahora que no son los genes los que promueven el desarrollo, ¿qué o quién lo hace?. Una posible respuesta es: -el embrión-. Es muy cuestionable afirmar que el embrión no es una “estructura clausurada, integrada por el genoma y otras estructuras celulares”. Al advertir que no son sólo los genes, sino también el resto de estructuras del embrión los que dirigen e impulsan el desarrollo, estamos confiriendo un valor ontológico al embrión en sí mismo. De hecho el determinismo genético confería valor ontológico al genoma y no al embrión. El fenotipo era el resultado y no la causa. Mientras que ahora parece que el carácter de agente del embrión entendido como un todo, puede enfatizar el carácter individual del embrión.
2.Lo que puede cuestionar la constitución de esa “estructura clausurada” son las señalizaciones maternas necesarias para un desarrollo normal. Pero que sean necesarias no significa que sean constituyentes. Tales señales carecen de significado si no se interpretan en el contexto de una “estructura clausurada” como debe ser la del embrión. La clausura organizativa del embrión parece ser una condición necesaria de cualquier modelo que quiera ser explicativo de los cambios que se producen durante el desarrollo. Esta clausura organizativa incide una vez más en el carácter individual del embrión desde que se constituye, bien por fecundación, por clonación, por división de otro embrión o por la fusión de otros dos.
3.También es cuestionable que éste sea un problema intrínsecamente borroso. Que se encuentre una enorme dificultad para definir cuándo, durante el desarrollo, surge una “vida humana” puede deberse a que no se plantea adecuadamente. Lo que no está en absoluto claro son los criterios que deben guiar esa búsqueda. Si para unos lo importante es la capacidad de movimiento, para otros la de percibir o sentir dolor o placer, o la capacidad para vivir con independencia de la madre, o sencillamente parecerse al estado adulto, entonces es normal la dificultad. La constitución del sistema inmune o el sistema nervioso tampoco parece tener una consecuencia sobre la individualidad del embrión. No parece haber una conexión entre los argumentos por los que se sitúa el inicio de algo en torno a las ocho semanas y el hecho de que entonces estén madurando el sistema inmune y nervioso. ¿Deja entonces de haber señalizaciones maternas? ¿Cómo el sistema inmune y el nervioso proporcionan una autonomía que no tuviera ya el embrión con anterioridad? No está nada claro. Sin embargo, cualquiera admitiría que al constituirse el embrión después del proceso de fecundación, ha surgido una unidad coherente distinta de las individualidades de los gametos. Toda la dificultad consistiría en averiguar si el embrión constituye esa unidad coherente, esa “estructura clausurada”, cuando el espermatozoide desencadena la fecundación o cuando se produce la primera división con la que concluye la fusión de los genomas. Más allá parece claro que el zigoto actúa como una unidad coordinada y coherente. La dificultad surge cuando se busca el inicio de la vida de un ser humano en momentos posteriores. Normalmente se considera una posición extremista considerar el inicio de la vida de un ser humano en la fecundación. Pero puede ocurrir que ese sea el candidato menos problemático. Reconocer las dificultades de encontrar el periodo del desarrollo en el que surge un individuo humano, debería ser motivo para valorar más la posibilidad de que surja con la constitución del embrión. Sólo se me ocurre que sean los prejuicios respecto a cómo debe ser un ser humano lo que impide aceptar que un ser humano sea simplemente como una pelota de células indiferenciadas. Y eso empuja a buscar a la desesperada criterios para situar el inicio cuando ya parece ser algo más que una pelota de células indiferenciadas. Si así fuera, la consecuencia lógica es llegar a la conclusión de que es un problema intrínsecamente borroso, una cuestión de grado o incluso un problema irresoluble.

Sólo quien ama vuela dijo...

¡Vaya, Arché! Esta es una respuesta que merece una buena lectura por nuestra parte. Espero poder comentar algo más adelante, o que lo haga el compañero que envió este artículo.

Muchísimas gracias por tu respuesta.

Saludos.

Rebelion

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