26 de mayo de 2008

Santa María

Vaya por delante mi profundo respeto por María San Gil: la política que ha tenido valor para superar el trauma, el miedo... (¡qué sé yo!) provocado por presenciar el asesinato a manos de ETA de su amigo Gregorio Ordóñez, y por vivir (como tantos otros) amenazada por pensar y decir lo que piensa; y la persona que ha superado el trauma, el miedo... (¡qué se yo!) provocado por padecer una enfermedad cuyo nombre, sólo de escucharlo, a muchos nos tumbaría.

Dicho esto, creo que María San Gil se ha equivocado, o la han equivocado. Y su error ha sido aprovechado por los enemigos de Rajoy para subirla a los altares primero como mártir ("¡cómo pueden hacerle esto a María", decían las primeras voces) y luego como santa ("o se está con María o con ETA", ha dicho Carlos Iturgaiz). Santa María.

Se equivocó, si es que no pretendía tumbar a Rajoy, al anunciar su salida de la ponencia política para el congreso de su partido, sin explicar qué parte de la ponencia no le gusta hasta el punto de abandonar primero la ponencia y posteriormente todos los cargos que ocupa en el PP.

Cuesta trabajo no ver intención en cómo ha hecho las cosas. Bien podría haber sido más discreta, simplemente diciéndole a Rajoy que no cuente con ella para su proyecto. También podría haber sido más clara, diciendo concretamente qué aspectos de la ponencia le parecen mal.

Es lo que podríamos denominar el complejo de Rosa Díez. Aparentemente funciona así: yo vivo en el País Vasco, amenazada por ETA, me juego la vida por la democracia en este país (hasta aquí me parecen hechos objetivos incuestionables), luego mi opinión sobre lo que debe ser este país es moralmente superior a la del resto. Esta conclusión es errónea, en primer lugar no creo que haya opiniones superiores, y en segundo lugar, aunque aceptáramos la prevalencia moral de los amenazados para definir España, se olvida de que existen otros muchos más amenazados y asesinados (lamentablemente) que tienen una visión radicalmente distinta de la de María San Gil. Por ejemplo, Ernest Lluch.

Se equivocó también en la forma, anunció una rueda de prensa para explicar su situación, con la malísima suerte de que coincidió con el último atentado de ETA. María San Gil, por respeto a sí misma y a lo que representaba, debía haberla aplazado. ¿o es que ella es la víctima más importante de ETA, incluso más que la última víctima? Volvemos al complejo.

Si a esto sumamos la aparición de Ortega Lara, al parecer otro ser moral superior, el asunto casi da asco.

Usar el terrorismo para elevar a María San Gil a los altares es, en mi opinión, un gran triunfo de ETA y, por tanto, una gran traición a la lucha antiterrorista y a España.

Vaya por detrás mi profundo respeto por María San Gil: la política que ha tenido valor para superar el trauma, el miedo... (¡qué sé yo!) provocado por presenciar el asesinato a manos de ETA de su amigo Gregorio Ordóñez, y por vivir (como tantos otros) amenazada por pensar y decir lo que piensa; y la persona que ha superado el trauma, el miedo... (¡qué se yo!) provocado por padecer una enfermedad cuyo nombre, sólo de escucharlo, a muchos nos tumbaría.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El sector duro (ultraconservador) del PP y de la iglesia se parece al dios Cronos fagocitando a sus propios hijos. Estos extremistas no se detienen ante nada. No hay más que ver las pintas de los que se manifestaron en la calle Génova. Dan miedo.
Y los obispos detrás de esta nueva insurrección. Qué asco. ¿Qué dirán esta gente cuando rezan (si es que lo hacen)?

Sólo quien ama vuela dijo...

La Conferencia Episcopal española se está entrometiendo activamente, a través de la COPE, en el debate interno de un partido político. Eso es tan grave que molesta incluso al Vaticano.

Lo verdaderamente democrático debiera ser que el debate lo abrieran y cerraran los afiliados. Pero un partido que acepta que el presidente saliente nombre a su sucesor no es muy democrático...

En cuanto a María San Gil, la deriva del PP vasco, iniciada por Iturgaiz y continuado por ella, es muy extremista. Se dedican a tildar de etarras a todo el que no piensa como ellos, incluso a los de su partido.

Rebelion

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