6 de octubre de 2008

Comercio justo y soberanía alimentaria

Esther Vivas
Galicia Hoxe/Rebelión

A día de hoy hablar de comercio justo implica incorporar la perspectiva de la soberanía alimentaria. Ambos conceptos están estrechamente unidos y el primero no es posible sin asumir las premisas del segundo.

Cuando nos referimos al comercio justo consideramos una serie de criterios de producción en origen: de respeto al medioambiente, de pago de un salario digno, de igualdad de género..., a la vez que reivindicamos su aplicación a todos los actores que integran la cadena comercial. ¿Qué sentido tendría establecer unos criterios para el productor y no para el punto de venta? Estos criterios, de justicia social y medioambiental, que deben ser tenidos en cuenta en todo el “recorrido vital” de un producto, están íntimamente ligados al principio de la soberanía alimentaria.

La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a controlar sus políticas agrícolas y alimentarias; el derecho a decidir qué cultivar, qué comer y cómo comercializar; a producir localmente respetando el territorio; a tener en nuestras manos el control de los recursos naturales: el agua, las semillas, la tierra...

En la actualidad la producción agrícola responde al afán de lucro capitalista de las empresas multinacionales y de las élites políticas que las amparan; lo que comemos viene determinado por unos intereses económicos que no tienen en cuenta nuestras necesidades alimenticias ni los límites de producción del planeta; los recursos naturales están privatizados. Los alimentos se han convertido en una mercancía donde su valor original, el de alimentarnos, ha quedado en un segundo plano.

Estos principios de la soberanía alimentaria aplicados al comercio justo, nos llevan a hablar de un comercio justo de proximidad, exceptuando aquellos productos que no se elaboran en nuestro territorio; de un comercio justo respetuoso con el medioambiente y controlado por las comunidades; de un comercio justo que combate las políticas neoliberales y a las multinacionales.

De este modo, podemos hablar de un comercio justo local, ya sea en el norte o en el sur: comer fruta y verdura fresca de temporada producida por campesinos en base a unos principios de justicia social y medioambiental, acceder a estos productos a través de los mercados locales y la red de la economía solidaria. Del mismo modo que podemos hablar de un comercio justo internacional, del sur al norte y viceversa, para aquellos productos que no se producen localmente. Aquí, si adquirimos productos como el café, el azúcar, la quínoa... debemos de asegurarnos que responden a estos principios de soberanía alimentaria, donde su comercialización internacional sea un complemento a su distribución local, a la vez que la compra de estos productos en establecimientos solidarios nos garantiza la transparencia y la justicia en todo el recorrido del producto

Visto lo anterior, ¿qué podemos decir de un café de comercio justo en una estantería de un supermercado? ¿De una miel que nos llega de Ecuador? ¿De los plátanos de una gran plantación latinoamericana con su certificación correspondiente? ¿Es esto comercio justo? Si tomamos como principio la soberanía alimentaria, ninguna de estas prácticas lo es.

Una gran superficie que basa su beneficio en la explotación de sus trabajadores; en extorsionar a los campesinos y proveedores; en fomentar un consumismo irresponsable... nunca podrá llevar a cabo un comercio justo. La importación de miel de Ecuador y su consiguiente impacto ambiental, por más que haya sido elaborada con criterios sostenibles, no ésta justificada en la medida en que contamos con mieles locales producidas con estos mismos criterios. Que plantaciones bananeras en manos de la industria agroalimentaria, como Chiquita y Dole, produzcan plátanos con sellos de comercio justo, mientras que en otras fincas explotan a sus trabajadores y acaban con la producción local, tampoco es comercio justo.

La consecución de la soberanía alimentaria y de un comercio justo sólo será posible con el trabajo conjunto de organizaciones de base campesinas, de consumidores, sindicalistas, ecologistas... que apuesten por otro modelo de agricultura, de comercio y de consumo al servicio de los pueblos y del medioambiente. Para conseguirlo, la alianza campo y ciudad, Sur y Norte es imprescindible.

Esther Vivas es co-coordinadora de los libros “Supermercados, no gracias” (Icaria, 2007) y “¿Adónde va el comercio justo?” (Icaria, 2006).
Artículo aparecido en el suplemento Altermundo nº13 del periódico Galicia Hoxe.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesantísima la reflexión. La verdad es que nunca me lo había planteado desde esta perspectiva.

Me has hecho pensar.

Un abrazo y enhorabuena por el blog.

Sólo quien ama vuela dijo...

Gracias Joseca. Nuestra intención es esa: hacer pensar. En este caso el mérito es de Esther Vivas, nosotros nos hemos limitado a "copypastearlo".

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Como discurso utópico o utoprofético, es excelente. Pero me deja algunas dudas:
1- ¿Es mejor que los productores vendan menos (y se salven menos familias de la pobreza) porque el punto de venta (el supermercado) no cumple los criterios del comercio justo?
2- Obviamente, lo ideal sería que nadie fuera a las grandes superficies comerciales y sólo compraran en la tiendecita humilde del barrio, o directamente en tiendas del comercio justo. Pero, siendo realistas, de momento parece que eso no está cerca de ser una realidad; en ese caso, respecto a la mayoría de consumidores (que irán a las grandes superficies comerciales), ¿que le decimos: que, en lugar de comprar el café de Intermón-Oxfam, que está en la estantería, compren café Saimaza o de cualquier otra multinacional?
3- Si Esther Vivas (que, vaya por delante, me merece todos los respetos) fuese una campesina de una cooperativa sudafricana, ¿qué preferiría: que su café se vendiese en las grandes superficies y fuese, así, cada vez más conocido, o que se vendiera menos porque las superficies no cumplen los requisitos del comercio justo?
Para mí (a quien este artículo le siembra más dudas que aclaraciones), con él se reabre el viejo debate entre la eficacia y el puritanismo moral.
Complicado.

Anónimo dijo...

Amigo Dubitativo... dubitativos somos casi todos los que andamos por aquí.

¿Tanto café vende Intermón-Oxfam en Carrefour? ¿Cuánta gente se salva de la pobreza porque algunas veces alguien encuentra y compra ese café en la estantería?

Aplicado tu argumento a otros niveles, ¿por qué preocuparnos de alternativas a los bancos como Oikocredit si ya existen fondos solidarios en el santander? ¿qué mas da que sepamos que el santander explota al tercer (y primer) mundo todo lo que puede si estos fondos son verdaderamente solidarios y más eficaces que la banca alternativa?

Si Esther Vivas fuese una niña India que cosiera balones para una multinacional deportiva qué preferiría ¿continuar siendo explotada o perder su trabajo y acabar en la prostitución infantil?

Niego la mayor, no hay debate entre eficacia y puritanismo moral porque no es eficaz intentar reformar este sistema económico.

Si queremos educar al consumidor, quitarle la venda de los ojos que hace que su consumo sea profundamente insolidario, ¿es eficaz que nosotros nos pongamos la misma venda (y nos tapemos la nariz) para negociar con las multinacionales?

Anónimo dijo...

A "más dubitativo soy yo":
Yo no he cerrado los interrogantes, los he abierto. Y no hago demagogia; digo sinceramente que no lo tengo claro del todo (veo que tú sí, con lo que juegas con ventaja, pero debes cambiarte el nick, pues no te veo en absoluto dubitativo).
En cualquier caso, como se supone que aquí se busca la discusión, espero que me permitáis discutir (o plantear mis dudas):
No sé cuánto café vende Intermón en Carrefour (aunque yo evité nombrar ninguna superficie y tú me has fastidiado el invento), pero sí sé que vende más que si lo hiciera exclusivamente en las tiendas de comercio justo, con lo que mi primera pregunta sigue abierta.
El ejemplo de Esther Vivas, que pones, me parece inadecuado, pues si estuviera cosiendo balones para una multinacional explotadora , no estaríamos hablando de comercio justo ni siquiera en el momento de la producción (cosa que sí ocurre si trabajara en mi "cooperativa sudafricana de comercio justo").
Respecto a tu ejemplo de Oikocredit (que sí me parece muy afortunado y, lo reconozco, me hace pensar -con lo que aún me lío más todavía-), te respondo:
Para mí, la diferencia es que yo no me fío de los fondos solidarios del Santander (como no me fío de Botín), pero sí confío en que, cuando Intermón llega a un acuerdo con Carrefour, se ha asegurado de que ésta cumple con los requisitos que se le pongan (algo es algo). Es decir, en el caso de los fondos solidarios de Botín, no hay mediación alguna de la "banca alternativa". Por las mismas me da la impresión de que Oikocredit (y demás alternativas) no tienen bancos propios, con lo que se valdrán del soporte de la banca convencional, ladrona y explotadora. Así, no veo demasiadas diferencias entre que Intermón use las estanterías del Carrefour, y que la mayoría de las "bancas alternativas" (no conozco el caso de Oikocredit) usen cuentas bancarias del santander, como soporte. ¿Cuál es la diferencia? ¿O acaso el banco que le dé soporte a la "cuenta alternativa" no va a sacar tajada alguna de ello?
También sabemos que cuando usamos el coche contaminamos y apoyamos las multinacionales de hidrocarburos (ésas que hacen guerras) pero no renunciamos al coche. También, cuando pagamos a Hacienda, damos parte de nuestro dinero para armamento, pero no nos hacemos objetores fiscales, porque la radicalidad absoluta sale demasiado cara, ¿no? Y tenemos seguros privados, y vamos a la sanidad privada, y nos hacemos planes de pensiones, y apoyamos los negocios de los gerifaltes del fútbol, y echamos la primitiva, y tomamos coca cola, y compramos ropa de "comercio injusto" y un larguísimo etc. ¿En realidad somos tan alternativos?
Por otra parte (respecto a la radicalidad moral): si, por ejemplo, estuvieras en contra del aborto (un poner) y te permitieran alcanzar un pacto político en el que aceptando el aborto, se acabara el hambre ¿no te pondrías la venda en los ojos y te taparías la nariz para firmar el acuerdo? O más claro aún: ¿no habéis estado alguna vez a favor de pactar con ETA, por ejemplo? ¿Y no váis a votar, sabiendo que esta "democracia" es una pantomima, es una oligarquía disfrazada, que justificáis yendo a las urnas?
No me considero exactamente un "reformista" pero sí conozco grupúsculos "alternativos" que jamás se manchan las manos (por puritanos) y son perfectamente ineficaces pero, eso sí, altamente testimoniales. Pero los pobres comen pan, no testimonios.
Creo que sí hay debate. Pero entre tú y Esther Vivas me habéis hecho "la picha un lío".
En cualquier caso, es un placer discutir contigo.

Anónimo dijo...

Querido dubitativo no sé por qué dudas de mi capacidad de dudar sin antes dudar de la tuya...

¿De verdad tienes dudas en tu primera pregunta cuando pones entre paréntesis "y se salven menos familias de la pobreza"?

En el segundo punto, cuando te preguntas si le decimos al consumidor "que, en lugar de comprar el café de Intermón-Oxfam, que está en la estantería, compren café Saimaza..." ¿también dudas?

Y al final, ¿dudas de lo que haría la pobre de Esther Vivas (a la cual, como se dice en mi tierra, se le deben estar cayendo las cosas de las manos de tanto nombrarla)?

Sé que dudas, no lo dudo. Pero creo que tus cuestiones van más encaminadas a hacernos dudar al resto de lectores.

No dudes que conmigo lo has conseguido. O mejor, sigue dudando, la duda es buena...

Anónimo dijo...

A "tan dubitativo como tú" o "más dubitativo soy yo" (que imagino sois el mismo dubitativo):
Yo no dudo que tú dudes que yo dudo de tu duda pero no dudo de la mía.
Bromas aparte: insisto en que cuando digo que dudo, no estoy haciendo literatura demagógica barata (aunque no dudo que pueda parecerlo). Es real que dudo, lo que significa que no tengo la opinión clara del todo en este tema. Y créeme, amigo, que llevo mucho tiempo (años) pensando en el asunto (no por cuestiones intelectuales sino por razones de coherencia vital, que para mí es más importante).
Pero dudar (al menos en mi caso) no significa que haya una equidistancia absoluta entre los dos extremos del problema. A veces me puedo inclinar más hacia uno de los dos lados, sin sentirme seguro del todo. ¿Me entiendes ahora?
Es cierto que, en los ejemplos que puse, yo no estaba dudando, pero sí en la cuestión de fondo.
Y te reconozco que, a nivel moral, me puede muchísimo el cómo me sienta en cada momento. No quiero parecerte escéptico o relativista pero sí creo (al menos en mi caso)que la cuestión moral se me presenta más como una tesitura emocional (o intuitiva) que racional. A veces pienso que lo más coherente sería una cosa pero "no consigo sentirlo".
Y, desde luego, mi intención no era hacer dudar a los lectores sino leer a personas que lo tengan más claro y me puedan hacer reflexionar. Soy absolutamente sincero.
Y he dado tantos bandazos (pasando de una postura a la contraria) que, como diría Vaclav Havel, "no me fío ni de mí mismo".
Aunque siempre nos quedará el consuelo de San Agustín: "Dudo, luego existo".
Gracias por tu paciencia, amigo.

Anónimo dijo...

¡A trabajar!

Anónimo dijo...

Trabaja tú.

Anónimo dijo...

Bien dicho

Rebelion

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