2 de octubre de 2008

A vueltas con Eduación para la Ciudadanía

Benjamín Forcano
Redes Cristianas

Nadie pone en duda la necesidad de la educación. La educación es un bien importante y todos los Estados la han cuidado como pilar del saber, de la cultura, y de la prosperidad de un pueblo.

La Ley actual, maldita para muchos, comienza por afirmar: “Las sociedades actuales conceden gran importancia a la educación que reciben sus jóvenes, en la convicción de que de ella depende tanto el bienestar individual como colectivo. La educación es el medio más adecuado para construir su personalidad, desarrollar al máximo sus capacidades, conformar su propia identidad personal y configurar su comprensión de la realidad , integrando la dimensión cognoscitiva, la afectiva, la axiológica. Es, además, el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, responsable, libre y crítica, que resulta indispensable para la constitución de sociedades avanzadas, dinámicas y justas. Por eso una buena educación es la mayor riqueza y principal recurso de un país y sus ciudadanos” (LOE).

Entonces, ¿por qué el boicot contra la educación para la ciudadanía? ¿Por qué algunos políticos lo llevan hasta extremos irrisorios? ¿Por qué el Sr. Rajoy, jefe de la oposición del PP, ha dicho: “Esta asignatura no tiene ningún sentido, como no sea para adoctrinar a la gente. No le aporta nada a ningún alumno ni a ningún niño. En caso de llegar al gobierno, la suprimiría sin dar ningún grito. Estamos haciendo algo grotesco?”. (Mariano Rajoy, en la COPE).

¿Por qué la Jerarquía católica sigue teniendo contra ella un discurso tan uniformemente hostil y contundente?. Lo grave del caso es que, quienes así hablan, lo hacen sin haber leído siquiera el texto de la Ley. Parten de un prejuicio radical, que falsea todo y lo proyectan luego en los medios de comunicación, intoxicando a la gente.

En una cierta ocasión, un matrimonio me entregó una carta, firmada por el coordinador de la “Asociación S.O.S Familia”, Francisco José González y que hicieron llegar a más de cien mil familias. En ella se pueden leer párrafos como estos: “Imagine las peores aberraciones… no son nada en comparación con los absurdos que serán enseñados por esta materia y que algunos políticos quieren imponer obligatoriamente en los colegios, contra la voluntad de la mayoría de los padres”.

Y en otra parte: “El Estado pasa por encima de los padres, en materia de educación., y quiere imponer como obligatoria una asignatura enteramente política, amoral y laicista , que la gran mayoría de los españoles no quiere”. “Impone a los niños el aprendizaje de una nueva religión del Estado”.

A este señor le escribí y le dije: “Tengo que concluir, después de leer su carta, que Vd. no ha leído la Ley ni el Real Decreto que se ocupan de Educación para la ciudadanía y los Derechos Humanos (La LOE y el ESO). Vd. es un perfecto desconocedor del tema y, en consecuencia, inepto para opinar. Le invito a que repase línea por línea esa Ley y señale una sola donde poder colocar alguna de las aberraciones que Vd. menciona. Le hablo del texto oficial publicado en el Boletín del Estado”.

La jerarquía católica ha adoptado frente a la nueva Ley una postura general de denuncia: “Nos vemos en la necesidad de denunciar esta asignatura” - “Esta Educación para la ciudadanía de la LOE es inaceptable en la forma y en el fondo: en la forma porque impone legalmente a todos una antropología que sólo algunos comparten y, en el fondo, porque sus contenidos son perjudiciales para el desarrollo integral de la persona” (Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española), 28-2-2007). “Nadie se libra de los efectos nocivos de esta asignatura” (Card. Antonio Rouco, en Parroquia de la Concepción, 29-09-07).

Y se han ido concretando luego denuncias más particulares: 1.El Estado no está legitimado para imponer esta asignatura. 2. La Ley lesiona el derecho primordial de los padres a determinar la educación de sus hijos. 3. Esta Ley impone a todos una formación de las conciencias. 4. Introduce el relativismo moral y la ideología del género. 5. Contradice la moral católica, propia de los centros católicos. 6.Niega la universalidad de la moral religiosa católica .7. En consecuencia, apoyamos el recurso a todos los medios legítimos para defender estos derechos, incluido el de la objeción de conciencia.

(Recojo pormenorizadamente estas críticas, en mi folleto “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos”, Nueva Utopía, páginas: 32-37).

Lo denunciado y el texto de la Ley
Si lo que en estas afirmaciones se dice fuera verdadero, yo sería el primero en rechazar esta Ley de Educación para la Ciudadanía. Pero mi estudio me hace concluir que las mencionadas denuncias no tienen fundamento en la Ley, ni existen razones para sostener lo que denuncian.

Afirmar que legalmente se impone una antropología no compartida por todos, es falso. Se recoge, eso sí, una antropología con estructura, características y consecuencias que arraigan y provienen de un patrimonio humanista cristiano propio de la cultura occidental. Ese patrimonio no se lo inventa el gobierno socialista ni lo impone arbitrariamente, sino que lo recoge, respeta y transcribe en la Ley promulgada democráticamente. Por otra parte, las denuncias indicadas no describen en qué consiste esa antropología partidista y cuáles son los daños que aporta al desarrollo de la persona.

El mejor antídoto contra todas las sandeces dichas contra esta Ley, es una lectura directa:

“Esta ley, puesto que es un bien de gran importancia para el individuo, la cultura y la sociedad, se basa en objetivos que van a ser cada vez más comunes para la educación en la Unión Europea. Dentro de la sociedad en que vivimos la realidad fundamental y común que atraviesa la Educación para la Ciudadanía y los Derechos humanos y la educación ético-cívica es la persona. Resulta natural entonces que se establezca que la actividad educativa aborde la reflexión, la participación, el diálogo, la aproximación a la diversidad personal y cultural, las relaciones humanas, el respeto a la dignidad personal y la igualdad de derechos individuales, el reconocimientos de las diferencias, el rechazo a las discriminaciones , el fomento de la solidaridad, la identificación de los derechos humanos violados, el funcionamiento de los estados democráticos, el análisis de los servicios públicos administradores del bien común, el proceso de globalización e interdependencia, libertad y responsabilidad en las relaciones interpersonales, el análisis de los elementos comunes que fundamentan los Derechos Humanos, la fundamentación de las instituciones democráticas, los factores de la discriminación de distintos colectivos, el concepto de ciudadanía global, la cooperación para el desarrollo de una cultura de la paz, alternativas contra la discriminación y violencia de las mujeres, etc.” (LOE-ESO).

A la vista de lo expuesto, surgen inmediatas las preguntas: Si la ley fue aprobada por mayoría en Las Cortes, ¿Cómo se puede decir que es una ley que se impone? ¿Quién puede sostener que se trata de una educación de adoctrinamiento sectario? ¿Dónde aparece negado el derecho de los padres a la educación? ¿Puede alguien afirmar que los valores propuestos son dañosos para los alumnos? Los valores reseñados, ¿en qué van contra los valores de la ética cristiana? ¿Qué sentido tienen entonces las denuncias y condenas?

Me atrevo a proponer algunas claves que acaso ayuden a entender la hostil y absurda oposición a la Ley de la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos.

1. Las denuncias que se hacen, podrían tener sentido en un Estado totalitario o fascista, no democrático. El Estado español es un Estado de derecho y, por tanto, democrático. Y, como tal, la tarea de ese Estado es promover y asegurar el Bien Común, que no es otro que el bien de todas y cada una de las personas. Y ese bien pasa en gran parte por la educación.

2. El derecho de los padres a educar a los hijos, es real y primario, pero no se lo puede absolutizar como si fuera el único y se ejerciera al margen o en contra de las otras instancias educativas.

3. Se olvida que el fundamento para el derecho a la educación del niño no procede de la voluntad de los padres, ni de la voluntad de ninguna otra instancia educativa, sino de la realidad personal del niño. Frente a ella, los Padres, la Sociedad (la Escuela) y el Estado tienen deberes y también derechos, conjugados y complementarios, como cuando una u otra instancia educativa abusa y no respeta esa dignidad y derechos del niño. La persona delimita lo que moralmente se puede o no se puede hacer con ella, crea límites contra la arbitrariedad de cualquier poder, sea particular, civil o religioso.

4. La Ley no da fundamento alguno para que se pueda establecer la tesis de que la antropología, de la que parte, sea nociva para la dignidad y derechos de la persona ni para afirmar que, frente al derecho prioritario de los padres y el derecho natural de los ciudadanos a una formación moral libre, el Estado español, delegado en el poder ejecutivo del actual Gobierno del PSOE, pretenda anular esos derechos o sustituirlos por otros de contenido ideológico sectario, es decir, socialista. Esto es falso, y no lo encuentro, ni siquiera sugerido, en ningún lugar de la LOE y de la ESO.

El gobierno socialista no ha hecho sino atender las recomendaciones del Consejo de Ministros de Europa y aplicar políticas de Educación para la ciudadanía democrática, seguidas en casi todos los países de Europa, con apoyo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la propia Constitución.

Entonces, ¿por qué el Sr. Rajoy , después de haber clamado contra esta Ley, se contradice después y dice que él secundaría las directrices de la Unión europea y de la Declaración universal de los derechos humanos? ¿Qué otra cosa ha hecho el PSOE?

Salta a la vistaa que las razones de fondo contra esta Ley del PSOE son otras. Tienen como base la posición que la Iglesia católica ha mantenido durante siglos a lo largo del régimen de cristiandad y, más cercano nosotros, del nacional catolicismo.

En esas situaciones históricas, la Iglesia católica ha mantenido una posición hegemónica y monopolizadora sobre la persona, la sociedad y la política. Había una alianza entre el poder político y el poder religioso, de modo que ambos se apoyaban para llevar a cabo su proyecto unitario de convivencia, reservando a la Iglesia católica el dictamen último en cuestiones de moral y de derecho. La realidad humana, en todas sus vertientes, tenía como normativa moral suprema la eclesial católica. Todo estaba subordinado a ella.

Pero, esta es, precisamente, la cuestión que ha cambiado. Hemos pasado de una sociedad religiosa y política uniforme a una sociedad abierta y pluralista. Es la nueva situación democrática, para la cual la Iglesia católica en su estamento clerical y jerárquico no parecía estar preparada. Por primera vez, le toca afrontar esta situación nueva, imprevista, desacostumbrada y se encuentra descolocada, sin que sepa más que repetir y reclamar los hábitos anteriores.

(Lo cual no quiere decir que se desconozca la importancia, el peso y la impronta de la religión católica en la nación española y se la minusvalore con un igualitarismo -que no igualdad- a la hora de fijar jurídicamente su presencia y relaciones en la nueva situación democrática).

Y, como resulta que ha sido el PSOE el que, democráticamente, en muchas cosas ha reordenado legalmente esta situación, con sus exigencias de igualdad, pluralidad y libertad, entonces el PSOE es la causa de todos los males de España. Sus leyes, aunque democráticas, o precisamente por eso, son sospechosas, malas e inadmisibles.

En lugar de admitir el hecho de un cambio de época, se invocan males y catástrofes, porque obligan a que la Iglesia asuma una posición y un papel totalmente distintos; en lugar de asumir la nueva situación, de readaptarse a ella por fidelidad al Evangelio y a una positiva evolución, se vuelve la vista atrás y se añora la situación anterior y se señala al gobierno actual como causante de los males, como si el PSOE por naturaleza, buscase el desterrar a Dios de la sociedad, la desaparición de la religión, la persecución de la Iglesia y la erosión de la familia y de los valores morales tradicionales.

Tres serían los aspectos más operativos en esta encrucijada del cambio:

.Primero: Fuera de la Iglesia no hay salvación

En sentido estricto creo que podríamos reducir a una la causa fundamental de la incompatibilidad que estamos viviendo. Una mentalidad católica, que no comparte la laicidad como consecuencia de la modernidad y que sigue profesándose como la única doctrina que puede entender al ser humano, guiarlo y salvarlo. El catolicismo se reserva la explicación y salvación del ser humano y descarta cualquier otra concepción. El hombre por sí mismo, desde su propia estructura y condición, sería impotente para realizarse éticamente, liberarse y salvarse. Esa liberación la ofrece únicamente la religión católica.

.Segundo: El estado no tiene poder moral para legislar

Si la religión católica se coloca en la sociedad como cima moral, está claro que no admitirá que el Estado, por más democrático, laico y aconfesional que sea, pueda atribuirse el poder de enseñar, transmitir moralidad y promulgar leyes que aseguren el bien y perfeccionamiento de los ciudadanos.

Este oficio se lo reserva para sí sola la Iglesia católica: porque el saber perfecto es el saber “revelado” o católico; porque el saber racional no puede desligarse ni independizarse del teológico; porque el hombre no se basta a sí mismo para realizarse y salvarse: la salvación humana es imposible sin la revelación cristiana; porque la Iglesia católica institucionalmente hablando y en su área de influencia, se ha aliado con el poder, residente casi siempre en la derecha; porque un gobierno socialista proviene de una tradición más bien revolucionaria y atea, lo que le hace incapaz para formular leyes moralmente justas.

.Tercero: Las realidades humanas no son admitidas en su autonomía y valor

Y, finalmente, la historia vivida, larga historia, demuestra que esa mentalidad católica, hasta el Vaticano II, no fue capaz de reconocer la inviolable autonomía y dignidad de las realidades terrenas. La Iglesia ejerció siempre una superior tutela y de ahí surge ahora espontánea la misma tendencia. No se ha liberado de ella, la añora y, al perderla, cree que el mundo se precipita a la ruina.

En vez de admitir como natural los cambios -los legítimos- del mundo moderno y de nuestra época, de admitir la emancipación ocurrida en tantos y tantos lugares como fruto de la racionalidad, de la justicia y de la solidaridad humanas; en vez de adaptarse y colaborar, como prescribe el Vaticano II, con los nobles anhelos, propósitos y metas de la sociedad actual, persiste en hacer valer su imperialismo religioso de antaño y en no admitir ni tratar evangélicamente la realidad maravillosa pero débil y pecadora al mismo tiempo del ser humano.

En todo caso, el hombre es libre, tiene derecho a equivocarse, y no se lo puede entender, en buena teología católica, como perdido y constitutivamente corrupto, viéndose constreñido a buscar fuera de sí la liberación y salvación.

Sí que se puede, y ojalá sea el nuevo camino, partir de lo que a todos nos une y añadir entonces en diálogo, como oferta de una mayor plenitud posible, lo que las religiones, y entre ellas la católica, proponen como programa de realización y felicidad.

Benjamín Forcano

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