12 de junio de 2008

Las cinco llagas de la Iglesia hoy (y 5)

Xavier Alegre, Josep Giménez, José I. González faus, Josep M. Rambla
Cristianisme i Justícia

QUINTA LLAGA: LA HELENIZACIÓN DEL CRISTIANISMO

La inculturación del cristianismo en el mundo y mentalidad grecolatinos ha sido una de sus mayores gestas, y tememos que el cristianismo actual no sería capaz de una gesta similar en el mundo de hoy. Pero, nuestro modo de preguntar a la realidad y de categorizarla ya no es el del mundo grecolatino. De ahí que una gran mayoría de las formulaciones dogmáticas de la fe, teniendo un valor innegable, resulten para el hombre de hoy tan incomprensibles como carentes de significado y de llamada a la entrega. Los especialistas piensan que, al menos para hoy, la helenización del cristianismo lleva a una pérdida de sus raíces bíblicas. Y sin embargo, sigue habiendo voces oficiales que pretenden que la vestimenta grecolatina del cristianismo es la mejor, si no la única posible, incluso para el mundo futuro. La Iglesia nunca debería olvidar las palabras de Juan XXIII al abrir el Vaticano II, que ahora citaremos.

Ocasiones perdidas

A lo largo del siglo XX hubo dos acontecimientos que significaban ya ese malestar, y esa necesidad de ir saliendo de la matriz grecolatina (aunque –repetimos– sin desconocer sus aportaciones): el problema del modernismo con su atención a la experiencia religiosa y el de la teología de la liberación con su atención a una dogmática que resultara “performativa” (con perdón por el anglicismo): capaz de poner en marcha una praxis de seguimiento radical.

La Iglesia oficial no supo discernir lo que en esos intentos imperfectos había de signo de los tiempos. Sólo supo “quebrar cañas cascadas y apagar mechas humeantes” (y aún sería más correcto decir: abortar promesas incipientes de vida). Condenó dos versiones deformadas de ambas corrientes, y estableció una auténtica caza de brujas contra voces que podían tener algo de imprecisas o imperfectas, pero tenían mucho de proféticas. De este modo, no se permitió buscar respuesta alguna al problema que ambas corrientes planteaban, por el único camino por el que la condición humana puede hallar respuesta a los problemas nuevos: el camino del estudio y del diálogo. Añadamos que ambos problemas hubiesen tenido más fácil acceso desde una mentalidad más semita y menos grecorromana.

Ya a comienzos de siglo, el protestante A. Harnack había escrito que “el método inquisitorial es el peor de todos para captar lo que otro ha dicho”. Nuestra Iglesia todavía no parece haber aprendido esa verdad elemental. Y lo peor es que la mayoría de aquellos condenados eran gentes de excelente voluntad que, más allá de errores quizás inevitables en los comienzos, pretendían servir al cristianismo y a la Iglesia.

Citemos un par de ejemplos referidos a cada uno de esos dos intentos (modernismo y teología de la liberación).

1. A. Loisy, en el mismo año 1904, escribió una carta al papa Pío X, en la que le decía literalmente: “quiero vivir y morir en comunión con la Iglesia católica. No quiero contribuir a la ruina de la fe en mi país. No está en mi poder destruir en mí el resultado de mis trabajos. En la medida de mis posibilidades me someto al juicio emitido contra mis escritos por la Congregación del Santo oficio. Y como testimonio de mi buena voluntad, y a favor de la pacificación de las almas, estoy dispuesto a abandonar la enseñanza que profeso en París, y a suspender las publicaciones científicas que estoy preparando”.

¿Podía pedirse más? Sin embargo Pío X, ateniéndose a las frases que hemos subrayado, dictaminó en un escrito dirigido al arzobispo de Paris: “la carta apela a mi corazón, pero no está escrita con el corazón”: un juicio de intenciones, que ni siquiera un papa se puede permitir. Y es cierto que algunas opiniones exegéticas de Loisy han sido superadas después. Pero en puntos como la historicidad de los relatos del Génesis o de los mismos evangelios (leídos con el criterio moderno de historicidad), o la concordancia entre los relatos de la resurrección o el origen de la Iglesia... Loisy tenía mucha más razón que Pío X. Aquel intentaba ilustrar la fe, y éste proponía a la Iglesia una fe “de carbonero”.

2. Un teólogo europeo, de la talla de J. B. Metz, pregunta a propósito de las teologías de la liberación: “¿es atrevido suponer que allí irrumpe una idea nueva y más clara de lo que comporta la cercanía a Jesús, esto es, de lo que promete y exige el seguimiento?”. Y contrapone esta pregunta a lo que, según él, surge del alejamiento de Jesús, aun añadiendo que “esto no lo digo con ánimo de denuncia sino con un asomo de tristeza y desazón”. Y eso que surge es: “un cristianismo que se asemeja a un hogar religioso para burgueses, una religión exenta de peligro, pero también de virtualidad consoladora.

Consecuencias

Creemos sinceramente que “aquellos polvos (del s. XX) trajeron estos lodos (del s. XXI)”. El cual, además, habrá de afrontar otra “promesa peligrosa” que es la del llamado diálogo y convivencia entre las religiones, de la que ahora prescindiremos. Sólo nos queda señalar que toda forma de inquisición (aunque no asesine corporalmente) resulta a largo plazo mucho más nociva para el Evangelio, de lo que puede tranquilizar a corto plazo. Es inevitable evocar la frase del físico Andrei Sarajov: “la intolerancia es la angustia de no tener razón”. Esta es la impresión que dan hoy a la gente muchas actuaciones y declaraciones de bastantes autoridades eclesiásticas.

Aterrizando un momento en anécdotas de nuestro país, en la España de hoy las editoriales católicas (tan meritorias por trabajar en una situación de exclusión y de marginación cultural), soportan un pesado calvario por parte de la jerarquía, por motivos que no tienen nada que ver con la verdad de la fe, sino con intereses de partidismo eclesial. Es vergonzoso que una obra como el “catecismo islámico”, realizada por una editorial católica, meritoria por ecuménica, por pedagógica y por lo que ayudó para ilustrar a muchos clérigos musulmanes, vea impedida su publicación con argumentos como que fomenta el indiferentismo o banaliza la religión. Creemos que la actual jerarquía debería meditar muy seriamente tres frases evangélicas y tres actitudes inculcadas por Jesús. La primera: no hay que impedir a nadie que haga el bien simplemente porque “no es de los nuestros” (Lc 9,50). La segunda: cuando se sienta maltratada no debe recurrir, como los apóstoles, a pedir que “baje fuego del cielo”, porque merecerá la acusación de su Señor: “no sabéis de qué espíritu sois” (Lc 9,55). Y en tercer lugar releer muy seriamente la dura diatriba de Jesús contra los “eclesiásticos” de su tiempo, en el capítulo 23 de san Mateo, recordando el comentario de varios santos Padres: que aquellas cosas no se habían escrito contra los judíos, sino para que no las repitiéramos nosotros...

Según las fuentes cristianas, el Espíritu de Dios ha sido derramado “sobre toda carne” y no sólo sobre la carne occidental o europea. Las tareas concretas que eso implica por lo que hace a la noción de verdad y revelación, a la concepción misma de Dios, a la primacía del amor sobre el poder, la atención al sufrimiento y lo que Metz califica como “memoria passionis”... han sido tratadas por muchos en otros lugares. Nosotros creemos poder concluir este capítulo citando las palabras antes evocadas de Juan XXIII, en la apertura del Vaticano II:

“Una cosa es el depósito mismo de la fe... y otra la manera como se expresa; y deello ha de tenerse gran cuenta... De la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia... el espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal... en conformidad con los métodos de investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales”. Porque “nuestro deber no es sólo custodiar ese tesoro precioso, como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo”. Si sólo se tratase de repetir lo dicho, concluía el papa: “para eso no era necesario un concilio”. (BAC, pág. 753).

Tememos que nuestra Iglesia dé la impresión demasiadas veces de “ocuparse sólo de la antigüedad”, y tememos que ello se deba a que la adhesión a las verdades de fe no es “ni renovada, ni serena, ni tranquila”.

Todo ello es más triste porque, como dice el Evangelio, “el buen pastor conoce sus ovejas” (Jn 10,14). Y nos parece que muchos obispos y monseñores no conocen el esfuerzo y la admirable lucha, entre dificultades, oscuridades, desaprobaciones y poco tiempo libre para ello, que mantienen muchos cristianos o muchos humanos para sostener o encontrar su fe. Son admirables y sólo se les mira como censurables y hasta como “hijos pródigos” que, en vez de los brazos abiertos de un padre, sólo parecen encontrar obstáculos en su camino de regreso.

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